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Perfección Mortal

Los manuales de escritura hablan del arco narrativo perfecto con la misma reverencia que los nutricionistas describen las proporciones exactas de una dieta balanceada. Y, al igual que con esas dietas, nadie recuerda jamás una historia que haya seguido todas las reglas.

Existe una extraña ley narrativa que contradice todo lo que nos enseñaron: las historias inmaculadamente estructuradas suelen morir jóvenes en la memoria colectiva, mientras que las desordenadas, las que tropiezan y se levantan, muchas veces viven eternamente.

El lector promedio no analiza conscientemente la perfecta disposición de los puntos de giro en “El Héroe de las Mil Correctas Decisiones Argumentales”. Sin embargo, percibe instintivamente la artificialidad, como quien nota el sabor químico de la fruta perfectamente roja en enero.

La realidad es caótica. Las vidas humanas son desordenadas. Nuestros propios recuerdos no siguen una estructura de tres actos. Quizá por eso las historias que se atreven a reflejar ese desorden —con personajes que actúan irracionalmente a veces, con coincidencias improbables, con finales que no empaquetan todo en un pulcro lazo moral— nos resultan extrañamente más verdaderas.

Las grandes narrativas son como ríos, no como canales. Los canales, tan rectos y predecibles, cumplen su función y se olvidan. Los ríos, con sus caprichosos meandros y rápidos inesperados, tallan cañones en la memoria.

Estructura tu historia, por supuesto. Pero luego afloja algunas tablas del piso. Deja que cruja en lugares inesperados. La perfección tranquiliza, pero solo lo imperfecto llega a fascinar.